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La Historia contada por sus primeros habitantes

La historia de la vereda Toldas estará contada por personas que han vivido la mayor parte de su vida en este lugar y le han apostado con el corazón a su proyecto de vida. Toldas es una vereda ubicada en el sur del Municipio de Guarne, limita al oriente con la vereda Juana Petrona de Chaparral, al occidente con Hojas Anchas, al norte con Bellavista y al sur con Garrido (Berracal). Este territorio cuenta en la actualidad con 562 habitantes y unas 162 familias.

Relatan algunos nativos de la vereda: su nombre tiene relación con los toldos de paso que construían los soldados y los arrieros; es por ello que el nombre toldas es sinónimo de tambos (posadas, albergues, fondas). Expresaban los viejos que los godos de la vereda le cantaban a los liberales -Los conservadores en Marinilla y los liberales en Toldas- expresiones coloquiales que se decían durante la guerra. También cuentan que los primeros habitantes del territorio de Toldas fueron los Jaramillo, procedentes de la vereda la Clara, quienes tuvieron mucho que ver con la revolución comunera; una vez terminada la revolución, la vereda recibió el nombre de “Toldas”.

El nombre Toldas también se relaciona con el acontecimiento histórico de la guerra de los 1000 días a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX; en esta época el ejército patriótico encabezado por el General Rafael  Uribe Uribe, construyó sus toldos en material de madera con sus techos de paja al estilo primitivo, este lugar se convirtió en la base militar para diseñar y planear ataques a los revolucionarios y a quienes estaban en contra del gobierno.

En las diferentes batallas el ejército armaba unos toldos para protegerse del sol y la lluvia, y los dejaban así, construidos para su regreso; allí encontraban con  facilidad agua y muy buena vista de todo el valle de la Mosca, era en este lugar donde se esperaban órdenes de Bogotá. En la última llegada de los soldados a Toldas estuvo el señor Fidel Cano, fundador del espectador quien ofreció su servicio a la patria en el ejército.

Este era un buen lugar para el paradero de los arrieros y las mulas porque se convertía en una estación fija, una tolda que más tarde sería una tienda o una posada, la misma que terminaba convirtiéndose en una fonda caminera de gran importancia económica y social para la vereda. Antiguamente la vereda Toldas se llamaba Tiendas, pues existían varias fondas y posadas por todo el camino que cruzaban la vereda de norte a sur.

Allí llegaban los arrieros después de caminar largas horas junto a sus mulas, iban con los pies descalzos, vestían pantalones arremangados hasta la rodilla, llevaban una paruma o delantal corto, hecho en lona gruesa llamado “tapapinche” y también llevaban un poncho delgado, un sombrero y un carriel donde empacaban lo necesario para el camino: tabacos, jabón, espejo, peinilla y el fiambre en hojas de achira acompañado de una pucha de agua de panela con limón. Cuando los caminos estaban en estado intransitable los arrieros tomaban el tiple, la lira y la guitarra y empezaban a cantar los versos de las canciones que más le gustaba, algunas se las inventaban: –de pa-rriba van las cargas, de pa-bajo los zurrones; de pa-rriba van las naguas y de pa-bajo los calzones-. Jugaban al tute, lanzaban dados y tomaban tapetusa para entretenerse y descansar su travesía por estas tierras.

Generalmente los arrieros trabajaban en “muladas” grandes, de quince a veinte, la mula era un animal muy dócil, muy fuerte y hasta inteligente, era capaz de cargar a lomo dos bultos pesados de 75  kilos cada uno, equivalentes a 6 arrobas o a 5 “almudes“La carga debía estar protegida por un lienzo que llamaban encerado, y según la mercancía, podía ser redonda, (cilíndrica o esférica) cuadrada, (cajones) angarillada, (armazón de 4 palos que servía para transportar objetos de toda clase, además sirvió en ocasiones para transportar enfermos y muertos) tureguiada (con el capacho de las mazorcas de maíz armaban una turega, utilizaban entre cuatro y ocho mazorcas) y de rastra (dos palos que amarraban a los lados de las mulas, para que los arrastrarán).

Los arrieros preferían las mulas más fuertes para liderar el recorrido, estás eran  llamadas tabaqueras porque eran capaces de llevar carga y media, mientras que las otras mulas tenían que descansar de la carga en el recorrido; cuando  éstas mulas estaban descansadas, quitaban a la mula tabaquera el sobre cupo que llevaba y cargaban nuevamente a las otras mulas para que continuarán el resto del  camino.

A las 5 de la tarde de todos los viernes, los nativos de la vereda esperaban sentados a la orilla del camino la llegada de los arrieros al valle de la Mosca, procedentes de Girardota y Medellín, quienes venían a lomo de la mula, llevando consigo un zurriago para arriar a la mula y protegerse de la gente desconocida. (El zurriago era un palo delgado que llevaba amarrado en la parte de arriba un cuero fuerte y grueso, algunos eran finamente tallados por el dueño.) Las mulas venían cargadas de panela, plátano y yuca para venderlos en el mercado de los  municipios de Rionegro, San Vicente y Sonsón. Algunos campesinos de la vereda se encargaban de enseñarles los mejores sitios a los arrieros para poder entoldar. Entre todos y ayudados con palos, ramas y un lazo de cabuya  armaban los toldos para hospedarse a la vera del camino.

Cuando llegaba el amanecer y a eso de las 4 de la mañana, los arrieros madrugaban para continuar su camino de “riales” y de herradura para llegar al valle de San Nicolás; a esa hora los arrieros iniciaban sus labores  amarrando la carga a las bestias. Antes de iniciar el viaje cubrían los ojos de una de las mulas con la mulera, la cargaban por el lado derecho, le colocaban la enjalma y la aseguraban por la retranca para evitar el movimiento de la mula por delante, también la aseguraban por delante, por el pretal, para evitar se corriera para atrás.

Luego venía el amarre al primer bulto con la lía,[2]esta llevaba un bozal para poder alzar el primer bulto, el segundo bulto era sostenido por un sangrero (ayudante de los arrieros para el amarre.)Una vez amarrados los dos bultos con la sobrecarga, se utilizaba  una soga más larga, la cual tenía un cincho de cabuya que se le pasa al animal por debajo del vientre; al final del cincho estaba el garabato, un gancho de madera fina, generalmente de guayabo o de arrayán. Por medio del garabato, la sobrecarga era apretada con fuerza y con un nudo corredizo, llamado nudo de encomienda; era así como las mulas quedaban listas para transportar los productos.

Una vez entregaban sus atados en los municipios ya mencionados y al caer la tarde, los arrieros estaban de regreso,  retornaban a descansar de nuevo en las playas de la Mosca (las toldas). La recua de mulas no regresaba vacía, en esta ocasión venían cargadas de legumbres para ser vendidas en Medellín; los arrieros también transportaban de Girardota a Rionegro, panela y de Rionegro a Girardota, papa, frijol y arracacha. La agricultura en la vereda ha tenido momentos de mucho apogeo y anteriormente, era normal encontrarse camiones por la carretera cargando legumbre para ser llevada y vendida en la costa atlántica

 

Cuenta uno de los habitantes de la vereda, el señor Ángel Custodio Zapata Berrío que por Toldas habían dos caminos, el uno quedaba cerca del otro, los caminos riales y de herradura  comunicaban a Girardota, Guarne y Rionegro; uno de ellos era por la orilla derecha de la quebrada la Mosca y el otro por el norte, lindero con la propiedad de los Uribe, familia de la vereda Bella Vista; después del puente rial, cruzaban por el valle de la mosca. Don Custodio también relata que los arrieros viajaban una vez al mes a Yarumal con una recua de mulas, unas cincuenta; cruzaban por las trochas y caminos que cubrían a Toldas y que en algunas partes cruzaban las mangas del señor Zapata Berrío, llamadas las toldas. También expresa que por estos valles acampó el General Rafael  Uribe Uribe, hombre importante en la revolución de los mil días. ¡Ah…! Contaban además los viejos: -“por las cuchillas de las montañas de la honda, los arrieros salían para Manizales y a todo el eje cafetero”-

Este señor Miguel Ángel Zapata Berrío, reunía a sus hijos para rezar el rosario a la virgen de la candelaria, luego les contaba que los arrieros llegaban a la vereda en sus mulas con mujeres muy lindas que traían desde Girardota; y que al otro día cuando despertaban, las mulas tenían el pelo de la crin enredado, la cola trenzada con un nudo al final. También les contaba que perros y gatos estaban alrededor; se decía que las mujeres eran brujas y se convertían en  animales al amanecer.

En la década de los 70  se inició la construcción del puente que comunicaría la vereda con la autopista  Medellín/Bogotá; los predios fueron donados de la quebrada hacia la autopista, por el señor Custodio Zapata Berrío y de la quebrada hacia la carretera vieja, por el señor Jacobo Henao Rúa. En ese entonces existía una junta de acción comunal, los integrantes se reunieron para dar inicio y gestionar con en el Fondo Puentes y Barcas de la Gobernación de Antioquia. Toda la comunidad aportó a pico y pala sus jornales de trabajo y la comida y la dormida para quienes no pertenecían a la región, algunos fueron hospedados en la escuela. Cuentan además, que faltando una capa de cemento para la placa del puente se dañó la mezcladora y hubo que adaptarle un motor de una máquina de sacar cabuya,  a eso de las cinco de la tarde se dio fin a este logro; este puente se convirtió en la entrada principal a la vereda.

El “31”, era otro sitio de reuniones donde se juntaban muchos de los viajeros. Los arrieros que pasaban se integraban con los nativos de la vereda, hacían sancochos, “tiraban charco”, la Mosca tenía muy buen caudal y el agua era cristalina y apropiada para el disfrute en gallada. En ocasiones cuando la quebrada se crecía debido a los aguaceros que caían en Guarne, muchachos como don Custodio y su hermano Abel se iban mosca arriba hasta el “31”, se tiraban en la creciente de la Mosca y bajaban hasta el valle de las toldas, cuentan que esta hazaña era uno de los mejores disfrutes que poseían.

Todos disfrutaban de la diversidad de aves de la región como las guacharacas, los afrecheros, las mirlas pantaneras, los querques, los chamones, los azulejos y los barranqueros, entre otros; habían muchos árboles como el siete cueros, el carate, el espadero, el nigüito, el chiriguaco, el guácimo, el camargo, el drago, el chagualo y el chachafruto, entre muchos otros; allí podían  saborear algunos frutos, pomas, guamas, arrayan, mortiño, mora silvestre y durumoco.

El lindo y variado paisaje que ofrecía estas tierras permitía que los días viernes, sábados y lunes fueran lugares de encuentro; hoy son los que más remembran las personas, sitios como San José, uno llamado Piedra Negra, Toldas, Berrio Viejo y Garrido. En aquella época el día domingo era especial porque todas las personas participaban de la eucaristía, y cada familia aprovechaba el viaje para realizar el mercado de toda la semana. En esa época se distinguían los lugares donde más concurría la gente, las fondas eran decoradas con flores de la región, fotos y cuadros representativos de las familias. Los transeúntes dialogaban con los vecinos y compartían temas políticos, sociales y religiosos.

Ensayaban a la suerte jugando dado y tomando el aguardiente nativo, la tapetusa.[3] Cuentan los viejos que las familias más reconocidas  por la producción de tapetusa fueron los Loaiza Monsalve, Loaiza Zuleta y Ospina Loaiza entre otras, quienes desde los años 40 destilaron la mejor tapetusa de la época; “El elíxir de Guarne, un trago apetecido, una bebida estampa cultural, arraigada en el imaginario colectivo de propios y foráneos

Los fabricantes de esta bebida, la destilaron clandestinamente en alambiques (destiladores) los mismos que permanecen ocultos en montes, matorrales o en medio del cultivo y las cañadas. Se dice que la tapetusa de Guarne y la de Urrao tenían tal maestría en la fabricación, que se convirtió en la mejor destilada del departamento y que era casi igual o mejor que el aguardiente de rentas de Antioquia. Los tapetuceros de las veredas vecinas, cuando estaban embriagados decían: “que el licor autóctono es el mejor invento de la humanidad”. Los comerciantes de tapetusa, aprovechaban el Tranvía de Oriente que se desplazaba por estas tierras para comercializarla en Medellín.

El hijo del señor Hincapié de nombre Crispiniano se asoció con un señor de la vereda de Toldas, montaron un zacatín, nombre que le daban a esta fábrica. En ese tiempo empezaron los encontrones por el expendio del licor de la  tapetusa en el Municipio y en las veredas cercanas a Toldas, fue tanta la rivalidad por la comercialización que se fueron matando unos a otros. Cerca de Toldas habitaba una señora Teodora Loaiza, esposa del señor Ricardo Loaiza Monsalve, a quién  mataron en Guarne con ese ímpetu de los tapetuceros; comentaban los viejos que esa violencia se originó por el expendio de la tapetusa en todo el pueblo. Para ese entonces, los guardias de rentas empezaron a vigilar los expendios y como los de Guarne tenían más rosca, porque estaban en la política, y en esa época quienes mandaban eran los godos, la emprendieron contra los Loaiza o cualquier familia que fabricara tapetusa.

El hijo de don Ricardito y algunos habitantes de Toldas eran bien belicosos, la mayoría se mantenía con su carabina o con un “gras” (arma de un solo tiro, pero muy potente, era una bayoneta larga que la incrustaban entre el gras). Don Custodio testifica: -quien haya pasado por el ejército sabe eso, como es la bayoneta armada, y que era similar a la del ejército. En esa época la gente andaba tranquilamente con su carabina a todas horas, si se le ocurría acomodarle un tiro al que fuera, no lo pensaban mucho; eso es lo que más recuerdo de la vereda-.

Recorriendo los caminos y conversando con las personas de la vereda, se conoció la historia del nombre de la quebrada que atraviesa la vereda por el centro de norte a sur y que la divide en dos, “La quebrada la Mosca”, lleva este nombre porque en la quebrada trabajaban muchas personas de color, desde la lejanía, se notaban mezclados con los blancos y todos juntos, parecían manadas de artrópodos. Cuentan los habitantes de la vereda que en marzo de 1811, comenzaron a explotar las orillas y las profundidades de la quebrada la mosquita hasta llegar a la Mosca, el autor de ello fue el señor Manuel José Jaramillo García, quien poseía una cuadrilla de negros esclavos traídos de España.

Los esclavos que traían para trabajar en las minas se asentaron en rancherías por los lados de la vereda Bella Vista, eran propiedad de los hermanos Jaramillo, españoles terratenientes al servicio del rey de España. Se afirma con alguna certeza que los primeros pobladores asentados en Toldas, históricamente proceden del indígena, el español y el negro.

Los indios que habitaron estas tierras (tribu indígena Guané) fueron llevados a un resguardo por curas que llegaron a América para conservarles la vida, protegerlos de los españoles y enseñarles las costumbres y creencias religiosas de ellos. Los indios se dedicaban a cultivar la tierra, en especial el maíz que era más importante que el mismo oro, también manipulaban objetos de arcilla, en particular por el aspecto morfológico.

El valle de la Mosca ha sido rico en aluviones auríferos, especialmente su riachuelo homónimo, esa condición determinó el establecimiento allí para un real de minas, siendo toda la provincia terreno de minas. Existían alrededor de 22 minas, 18 aluviones de dos vetas; estas minas de la Mosca eran muy famosas por sus cimientos de oro. Fue el señor Francisco Zapata quien venía del Municipio de  Briseño a explotar la riqueza de nuestras tierras; todo el oro que extraían era enviado a Cartagena para ser trasportado a Europa para los reyes de España.

Se dice que toda la Mosca estaba llena de oro y que las cuadrillas de obreros estaban encargados de traer agua en abundancia desde las montañas; lo hacían por un sistema de canales para las minas ubicadas en los peñascos que se encontraban al occidente de la vereda, esta agua caía al caudal  de la quebrada la Mosca; con esta lavaban el oro.

En el año de 1920 se instalaron dos minas de oro en la quebrada la Mosca y eran de propiedad de José María Sánchez. Era un molino grande que fue traído en bestias desde la ciudad de Medellín, con la ayuda de varios hombres negros esclavos de la época, traídos por los españoles para los trabajos pesados. La minería fue la primera fuente de empleo para la comunidad que habitaba en el valle de la Mosca.

De la quebrada la Mosca sacaban agua mezclada con lodo (sango), piedras y arena, este material era trasladado por dos personas y era utilizado como un método para extraer el metal. Tomaban dos varas con unas tablas atravesadas en el medio, se forraban con tela de tapar tabaco y los obreros se colocaban entre las varas uno frente al otro para mecer la tierra y así lavar y extraer el oro de sus entrañas; esta herramienta fue nombrada “Parihuela”, una vez extraían el oro los obreros se llevaban el material que sobraba para depositarlo en un hueco y luego reutilizarlo para lavar más oro. El oro era llevado mensualmente a Medellín para fundirlo y fabricar las barras o lingotes, luego era enviado a España.

El trabajo duro no fue la única actividad que realizaron los pobladores de Toldas, también existieron las romerías,[4] otra de las costumbres que existen en los pueblos, podríamos decir que esta es una de las herencias que nos dejaron los españoles. Esta tradición proviene especialmente de los cristianos y responde a una necesidad de devoción y evocación religiosa de los creyentes por expresar la alegría y el sentimiento al mundo espiritual. En el año de 1949 el presbítero Víctor Aristizabal, perteneciente a la parroquia La Candelaria del Municipio de Guarne, envía uno de sus  sacerdotes a coordinar la romería en la vereda de Toldas; el cura enviado fue recibido por los campesinos, ellos muy amablemente lo acogieron en sus casas durante los tres días que duraba la romería.

Estas fiestas se realizaban en la escuela rural Toldas; la música se hacía en  vivo y los protagonistas eran grupos de la región. A las 10 de la mañana se iniciaba con la celebración de la eucaristía, luego se vendían los comestibles (panelitas con coco, gelatina de pata, dulce de tomate y mora, cofio, solteritas, etc.) se hacían remates y rifas; las niñas más jóvenes y atractivas eran las encargadas de vender las cantarillas. El tercer y último día asistía más gente, allí acontecía algo muy especial: a eso del mediodía, se brindaban las complacencias de los enamorados propios y extraños que visitaban; cada novio debía pagar 5 centavos, y con los fondos recogidos ayudaban para la evangelización del pueblo. En la vereda se celebraron unas 15 romerías durante 25 años, estando como párroco Monseñor Octavio Giraldo. desciende

Don Marcos aún vivo, vecino de la región habla de las romerías y lo que más recuerda es cuando traían el generador de energía para el sonido y poder encender  algunos bombillos en la noche; este generador era algo muy novedoso para la gente y quién se encargaba del alquiler era el señor Jesús Castro (Pandequeso, su apodo). La primera profesora que apoyó las romerías fue Laura Gómez de Santa Helena. Con estas romerías la vereda de Toldas se convirtió en una de las fuentes económicas más influyentes para la parroquia.

 

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